Todos conocemos la expresión bueno, bonito y barato, pero en bastantes ocasiones, que se reúnan estos 3 factores, suele ser un poco más difícil…
Esto es lo que puede pasar en ocasiones cuando compramos en una cadena de ropa low-cost…que cosas bonitas nadie duda que tenga (muchas además) pero si hablamos de calidad ya entramos en un terreno más complicado…
Ante todo, debo admitir que no siempre es así…sería una hipócrita si me basase solamente en esta afirmación. Yo soy la primera que me emociono cuando llegan las rebajas…sobre todo teniendo en cuenta que al ser estudiante y no tener apenas ingresos soy de las que se emocionan el 7 de enero o comienzos de verano pensando en las “gangas” que me voy a comprar y lo que las voy a aprovechar…pero no todo es felicidad.
No habría espacio en este blog para enumerar la cantidad de prendas que me he comprado con toda la ilusión del mundo, y que no me han durado ni 2 lavados de lavadora. Al principio, años atrás, le echaba la culpa a mi madre:
- Mama, ¿ya me has encogido el vestido que me compré el otro día?
- “Esta falda que me compré el mes pasado pensaba que era azul…anda no, se ve que me la vendieron desteñida y yo sin darme cuenta…”
- ¡Anda!, ¿y esta camiseta de manga corta de dónde ha salido? Ah no…pero si yo juraría que era de manga larga acampanada…
Y así un sinfín de quejas más, achacándole todas estas desgracias a la santa de mi madre…pero poco a poco, con el paso de los años me di cuenta de que la pobre mujer no tenía culpa alguna, más bien era culpa de la calidad de la ropa de mi querido amigo Amancio Ortega, dueño y señor del Imperio low-cost por excelencia, o sea, Inditex.
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